Viniste con las últimas tormentas
desabrochando el cielo y mi vestido;
dejaste al sol lograr su cometido
en mis delgadas piernas soñolientas.
Libramos tres batallas incruentas
en las que tú eras curtido aguerrido
que vio morir un corazón vencido
y unas piernas delgadas ya sedientas.
Al tiempo que las nubes remendaban
la lona allí en lo alto y en mi piel
transida de sentir que no paraban
mis labios de saturarse de miel
te desterré a las cosas que se acaban,
corrí pronto a buscar otro riel.