El insomnio era esto.
La espera des-esperada
de un amor precipitándose
al fondo.
Silencio. Silencio.
Y las dudas gritándole
al alma.
¿Cuánto tiempo hay entre
sueño y sueño?
¿Cuánto cuesta quitarse
los miedos?
En monedas, digo.
O en miradas cruzadas una
noche
cualquiera.
Póngame unas alas para
llevar, por favor,
y un par de rodilleras que
amortigüen
el golpe.
Que quiero soñar que vuelo
alto, lejos, donde nadie,
donde todo.
Y así, cuando despierte
habrán florecido los
geranios de mi balcón
y los peces sabrán a nubes
y en las nubes se oirán
violines.
Y yo lo llamaré:
el día en que la primavera
vino para quedarse.
Pero qué digo, ¡no!
Las lágrimas son demasiado
saladas
para regar las flores,
incluso para regar los
peces.
Y cada vez quedan menos
cumpleaños
para pedir deseos.
Cada vez más voces
susurrando:
atrévete, atrévete, atrev…atr….a…
Yo ya no sé si es delirio o
duermevela
o el tamborilear
desordenado
de la soledad
quien me desvela.
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