Te tuve que poner un nombre
para que no te derogaran los silencios,
las salas de espera,
los puntos suspensivos…
Me asustaba olvidarte en cualquier cajón
vacío
o en cualquier alcantarilla de esta ciudad huérfana
con las demás palabras que nadie dijo.
¡No! no quiero que seas esa soledad
que a veces me escolta,
porque a ella no le sobran ilusiones
ni le canta a la luna las noches cuando bebe
ni refulgen luceros en sus ojos.
Tu nombre se parece a las constelaciones.
Cuando la noche oscurece
abdican sus vocales
como si te desnudases en mi cama
recóndito, impronunciable.
Si llueve
te haces sucesivo como el murmullo
del agua en los tejados.
Hay días, incluso, que eres capicúa
verbo, ruido, promesa.
Viento.
Te he nombrado de tantas formas…
pero tú nunca respondes.
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